
Pocos han logrado pasar el día sin esbozar sonrisas a capazos, todas ellas acompañadas de un gesto.
Cabezas alzadas mirando al cielo y rápidamente al suelo, a los lados, de frente, buscando las huellas, el tesoro blanco.
Hasta yo me he ido a la playa con la esperanza de lograr el milagro. Esa playa que tantas noches me ha devuelto la tranquilidad estos veranos, hoy estaba vacía, demasiado frío, lluvia, algas... ni rastro de nieve. En cambio si la he visto al salir del super de comprar huevos, suavizante y pan... que poco glamour, que poco tacto el de la nieve aparecer donde quiere y no donde debiera.
Obviamente no me ha hecho la misma ilusión que si me hubiese caído en la orilla de la playa, nada que ver, pero también me ha hecho sonreír.
De golpe y porrazo me he visto riéndome mientras entraba al coche, menos mal, porque el caballero que vende los cupones de la ONCE justo delante del super, me miraba con la certeza de que me había vuelto completamente loca al sentir los copos de nieve.
El motivo de mis carcajadas era el siguiente.
No se exactamente cuantos kilómetros hay desde casa hasta Barco de Avila ida y vuelta, pero puedo asegurar que muchos. Muchisimos aun sin equivocarse al menos una vez en la ida y otra en la vuelta. Si, porque puedo presumir y presumo que mi sentido de la orientación no es una de mis virtudes, cosa que compenso con buen humor, paciencia y la seguridad de un deposito lleno, un móvil y cargador de batería a mano y una charla agradable.
Pues si. La semana pasada puse rumbo a Barco, con tiempo suficiente para llegar sin que nos pillara la noche, con la ilusión de unos días de descanso, de tranquilidad y buen vino a la par que buenas tapas, ya sean oreja, rabo o patatas revolconas... eso era lo de menos. Por la fecha cabía la posibilidad de encontrar cigüeñas y nieve. A eso de las cinco de la tarde y ya con cuatro grados en el termómetro del coche, tuve la sospecha de que nos habíamos perdido al ver por segunda vez el cartel de Bienvenido a Avila. Kilómetros mas tarde y tras pasar por pueblos de los que no había oído hablar jamas de los jamases, me confirmó que no era el camino correcto un cartel de Bienvenidos a Valladolid.
Que hacíamos allí? Ni idea. Lo cierto es que no me apetece conocerla sin tener a Juanki cerca, coño... ya que voy quiero disfrutarla con el mejor guía. Así que en la siguiente gasolinera me acerque al primer paisano que quiso ayudarme y después de su explicación, di media vuelta y desande el camino hasta llegar al punto en que debí girar a la derecha y yo me empeñe en hacerlo a la izquierda.
Llegamos a Barco con dos horas de retraso, pero habíamos visitado... bueno, entrado, pisado, conducido.... vamos que el cartel de Valladolid ya no es un desconocido para mi. Me dio la bienvenida y , deseo buen viaje en menos de quince minutos.
Unos días en Barco te sirven para desconectar. Disfrutas del frío, del silencio, puedes pasear sin tropezones, oír las hojas de los arboles, oler la leña y ver bailar las llamas en las grandes chimeneas que te dan las buenas tardes al entrar en uno de los tres bares abiertos. Allí todo es mas fácil, mas rustico, mas conocido. Una de cada diez personas con las que me cruzo es un primo o un tío mio y no es que tenga mucha familia, es que no hay chulo que se dedique a pasear con semejante frío, por lo que en estas fechas poco puedes hacer por allí, a los cuatro o cinco días ya estas deseando volver. Quizás por milésimas de segundo me planteo lo que eso significa. Se acabo la alfombra de hojas amarillas, el maravilloso sonido del río, el olor a leña y la nieve en Gredos, lejos, pero nieve al fin y al cabo. Rápidamente reacciono y con una sonrisa que lleva implícito un "volveré" me despido del pueblo, de mis tíos y pienso que aunque esta vez no he podido pisar la nieve o calarme hasta las rodillas al ir a robar castañas con mis primos, llevo el maletero lleno de bolsas de la carnicería y el corazón con un tictac mas rítmico, quizás por el frío que hace esa mañana.
Todo preparado para volver a casa, pero yo así... en un alarde de locura, en vez de dirigirme por el camino conocido, el mismo por el que suelo perderme con frecuencia, me dirijo a Las Navas del Marques, sitio de veraneo de mi ex y el pueblo donde hacen las mejores morcillas de arroz que he probado nunca. Obviamente me equivoco y aparezco en Plasencia, lo cual no es de estrañar pensando que soy yo la que llevo el coche. No pasa nada, la aventura es la aventura y hay tiempo de sobra, así que después de dar tres vueltas a la rotonda de Barco. Porque aparecemos otra vez allí, consigo ponerme en camino y llegamos a la hora de comer. se compran las morcillas y después de un café demasiado caliente para mi gusto, pero que en esta ocasión agradezco, ya que hace la friolera de 0 grados, nos ponemos otra vez de camino a Murcia, presumida ella de gozar de buen tiempo todo el año.
El viaje va genial, poco trafico, buena temperatura y pasado Madrid decido quitar el navegador del móvil. Total, el camino ya es pan comido. Eso pensé. Tenia la certeza de que ya no podía equivocarme mas. Pero hay que tener en cuenta todas y cada una de las distintas opciones y una de ellas es el momento de ir al aseo. Si, lo reconozco, a la altura de La Roda no podía mas, o iba a hacer pis o iba a generar un verdadero drama. Así que en la primera salida que vi a La Roda entre dispuesta a usar los servicios y de paso tomar un café, lo que no entraba en mis planes era haber cogido una salida distinta a la que normalmente cojo. Por allí cerca no había ningún bar, restaurante, ni siquiera una tienda donde poder entrar, todo lo que había eran fabricas. Así que decidí seguir de frente, para atrás... ni para coger impulso, no dude ni un segundo en que esa era el camino correcto y seguimos avanzando, un pueblo.... dos.... tres... hasta pasar el río Jucar. El cual por cierto esta precioso de noche,con una iluminación preciosa, digno de visitar con tiempo y dando un paseo.
Lo que fue un placer ver, no resulto de ayuda alguna. La solución nos la dio otro gasolinero... Benditos ellos que me sacan de mi error y me mandan volver al punto de partida.
Osea que vuelta a La Roda y ya si, sin salirme del camino hasta llegar a Murcia, que nos recibió con su maravilloso y cálido clima. Ya en casa, después de una ducha que me devolvió la fe en mi paciencia y la seguridad de mi falta de orientación, me metí en mi cama y me dormí pensando lo confortable y maravilloso que es estar en casa y disfrutar del tiempo que tenemos.
Pero Lisa, la hermana loca de Anna, las princesitas de Frozen.... debieron de montar un sarao y ponerse de vinos hasta arriba, supongo que por eso de entrar en calor y claro con la folloneta se equivoco y le dio por mandar nieve a Murciaaaaaaaa.
Y nos regalo una estampa digna de Avila, Valladolid o León. Ella se quedo tan ancha y nosotros felices, mirando al cielo, al suelo, de frente, buscando nieve en la playa o viéndola en el Puerto de la Cadena.
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